(Miercoles 28 de mayo, 2.26am)
Me mudé. Me tuve que ir de mi casita feliz. Esa que me albergó durante 4 meses este año y 2 meses el año pasado. Esa en la que aquella vez re-descubrí algo de mi independencia y en la que esta vez me volví a poner de pie, con mucha ayuda, con mucho esfuerzo, luego de una gran y preocupante caída en Buenos Aires. La dejé. Si no fuera por lo extremadamente controladora (hasta de mis ensueños) que soy y por el olor extraño que hay en este nuevo lugar, podría, si cierro los ojos, sentir que aún estoy allí, sentada en el sillón beige, con la compu en la mesita, la tele de fondo y la ventana con el cielo hermoso, a mi izquierda. Llamativamente una de las cosas que más extraño es mi habitación, mis sábanas verdes, la lámpara rara que colgaba del techo y se había convertido en un punto de referencia geométrico y estético. Y también la cocina. La extraño horriblemente. La cama y la cocina y también el baño. Claro, es comprensible. Fueron posiblemente mis tres grandes conquistas. Los lugares más temidos, y más voluntariosa y dolorosamente trabajados. Jamás olvidaré a mi casita feliz. El emblema de mi trabajo terapéutico en USA. Allí volví a cocinar, a dormir con cierto nivel de confort, logré usar un mismo pijama por varios meses seguidos, la misma almohada y las mismas sábanas. Logré también volver a disfrutar de maquillarme, arreglarme el pelo, ponerme “linda”, aunque debo reconocer que ese área todavía me cuesta un poco bastante.
Retrasé la mudanza al rededor de un mes. Estaba aterrada, anticipando decenas de escenas terroríficas por venir. Ninguna opción me convencía, y estaba cansada, muy cansada del esfuerzo de combatir mis intrusiones una y otra vez. La soledad no ayuda, o sí, o no, o sí, o no.
A veces sólo quiero a mi mamá y a mi papá acariciándome el pelo y diciéndome que va a estar todo bien. Los extraño tanto…Sin embargo sólo me tengo a mí, hecha un bollito o practicando la fuerza de mis piernas hacia adelante; desconsolada contra un rincón o cagada de risa en algún giro admitido de alegría.
El nuevo departamento es lindo. Queda en Woodland Hills, un barrio muy diferente a Los Feliz. Tal y como mi terapeuta anticipó, ninguna de las opciones iba a ser fácil. Y en cada una de ellas iba a tener que atravesar mucha ansiedad, muchísimo dolor psíquico. Lo que aún no comprendo bien es por qué, habiendo tenido la opción de ir a vivir con gente, decidí una vez más estar sola. Cuando tengo miedos irracionales, siempre es más suave atravesarlos si alguien más está “expuesto” a las razones de mi temor. De esa forma, compartiéndolos , puedo desmantelar parcialmente la fantasía autoreferente del TOC. Esa que indica que yo soy la única destinataria de los efectos tremebundos de aquello a lo que te le tengo miedo: si hay otro, hay más sujetos de prueba. Las razones conscientes de la elección de vivir sola son del orden del TOC: no querer compartir el lavarropas y secarropas, (viernes 30 de mayo 1.23 am) temer encontrar dificultades a la hora de adaptarme a los hábitos de las demás personas y según en cada caso, una lista particular de diferentes pensamientos intrusivos elaborados a partir de la historia conocida de cada una de las casas. Da la impresión de que un departamento alquilado tiene menos texto visible. Pero estimo que hay más razones, menos colgadas en el ropero hiper-presente del TOC. Otras, que tienen que ver con ciertos silencios que se me hicieron cuna, cierto riesgo al que me lanzo en la búsqueda de un espacio en el que construir identidad y fundamentalmente una eficaz puesta en marcha de alertas respecto a no caer en la tentación de convertir vínculos preciados en máquinas de “reassurance” (quien no sepa de qué hablo, por favor sírvase Googlear “OCD + reassurance” o bien “TOC + reaseguro”). Mis mayores mejorías las he logrado en el fragor de la necesidad de arreglármelas con mis propios recursos. Por lo tanto, no me puedo dar el lujo de perder ese desierto, esa aridez como escenario. Aún y con todas estas razones, me asombra haber elegido la soledad, una vez más. Porque lo cierto es que me duele. Me lastima estar tan sola. Por supuesto hay amigos, gente linda a la que veo de vez en cuando. Pero creo que se sobre-entiende mi dolor de sola. Nunca, jamás antes, pasé tanto tiempo conmigo misma. Cuando se volvio necesario dejar la casita de Los Feliz, tuve la opción de volver a Buenos Aires. Sin embargo, entendí que tenía que quedarme hasta la conferencia en la que voy a participar. Decidí que era muy importante llegar hasta el final de esta gran experiencia, aunque significara redoblar la apuesta y el dolor. Podía volver, y volver a volver, y si bien era tentador recordé que el último Buenos Aires que habité me vio caer estrepitosamente. Y no quise tomar ese riesgo. Entre en el 3er tercio de este viaje, lo cual admite algún posible balance hasta aquí: este viaje ha significado un enorme esfuerzo económico de parte mía y de mi familia; este viaje nos ha revolucionado emocionalmente; este viaje me ha transformado y me ha hecho crecer como ser humano; me ha enseñado mucho, sobre todo en términos de amor, vínculos, agradecimiento, reconocimiento; me ha enseñado que era cierto aquello de que lo más importante en la vida son los afectos; aprendí a mirar mucho más detenidamente el color de los aspectos más desagradables de mi personalidad, para tratar de suavizarlos; este viaje me enseñó a callar, a esperar un poco, a medir un poquito mejor el tiempo y el dinero (aunque estas dos cuestiones aún son un poco misteriosas para mí), me enseño a poner a prueba mi capacidad de cuidar, no desde la obsesión y las fantasias de culpa, sino desde el amor y por último me puso en la cara la evidencia de todo lo que aún tengo que aprender.
Si pudiera pedirle algo más a este viaje, sería lucidez para encontrar el modo de que me vean quienes me tienen que ver cantar. El show del miércoles pasado me regaló una gran lección de vida que, oportunamente, les contaré.
Quiero agradecerle a cada uno de quienes regularmente me escribe, me pregunta, me sostiene, me apoya, se pone feliz con mis pequeños logros, se angustia con mis dificultades, porque también aprendí que la distancia importa tres carajos cuando el amor es real. Gracias por ese amor.
Ro